viernes, julio 24, 2009

Mi carta de despedida de rehab

Soy José.
Comencé en rehabilitación por adicciones el lunes 26 de mayo del 2008, a las 16.20. Sí, el primer día llegué tarde.
Fue parecido al primer día de clases: mi mamá apurándome para que no se me haga tarde, yo que no podía encontrar mis llaves, y principalmente, porque tenía esa fuerte sensación de incertidumbre.
Nunca había hecho un tratamiento de rehabilitación y en Google no había encontrado mucha información al respecto. Me pregunté ¿En qué consistirá? ¿Cómo serán mis compañeros? ¿Seré bien aceptado? ¿Podré mantenerlo? ¿Los profesionales me tratarán despectivamente por ser un adicto? ¿Habrá chicas lindas? Simplemente no sabía que esperar.

Todo había comenzado muchos años antes. Aunque todavía busco comprender cuando comenzó mi problema, mis primeros contactos con las substancias empezaron alrededor de mis 19 años.
En los años siguientes fue una constante mi consumo de alcohol en exceso durante los fines de semana y durante la segunda mitad del 2007 le agregué el consumo de cocaína, también los fines de semana. Aproximadamente en enero del 2008 la dejé porque me dio miedo que me estuviera gustando demasiado. Pero retomé el uso y abuso de la marihuana.
Así continuaron mis meses hasta que un día, a fines de abril, dejé una cantidad de marihuana olvidada en un bolsillo de la campera que había usado la noche anterior.
Ahí ocurrió uno de los hechos más dolorosos de mi familia, mi papá me echó de casa a condición que solo podría volver si ingresaba en un tratamiento de adicciones.
De esa forma, llegué a esta fundación: presionado por mis padres, con una vida que hacía agua por todos lados, con una larga historia de relaciones fallidas, sin conocerme mucho, incapaz de comunicar sanamente a los otros las cosas que me molestaban, sabiéndome inmaduro, desconfiando del mundo que me rodeaba y con muchos sentimientos tapados. Y con inseguridad y miedo.

Siempre me gustó leer historias sobre héroes, heroínas y personajes históricos que se pusieron grandes metas a alcanzar. Y todos ellos tuvieron algo en común en los momentos previos de pelear importantes batallas: el miedo. Lo que los diferenció del resto es que aún así siguieron luchando.
No sean mediocres, pongan a prueba ese miedo a seguir avanzando hasta conseguir sus objetivos.

Después de ingresar a esta institución, fui conociendo las historias personales de cada uno de la docena de chicos que éramos en ese entonces. A pesar de sentirme intimidado en un principio, fui aceptado por mis compañeros y los coordinadores, nunca juzgado. Siempre fui el juez más implacable de mi mismo.
Pude observar y saborear la retroalimentación poderosa que existe en el grupo. Uno cuenta algo significativo de su día o de su vida, los demás escuchan y después ofrecen su punto de vista. A cambio, los demás también seríamos escuchados y recibiríamos diferentes opiniones. Todos seríamos parte de algo y dueños de nuestro propio espacio.
Pero integrarse a un grupo siempre implica cambios. Modificar hábitos, incorporar normas, ejercitar la paciencia, practicar la tolerancia, ser flexible y dejar de lado la desconfianza. Y yo, como mucho, estaba dispuesto a dejar de lado el consumo nada más. Me costó sentirme parte, lo admito.

Comencé a ver cambios en diferentes ámbitos de mi vida cotidiana. La comunicación en mi familia empezó a ser un poco más fluida y cordial. Me relacioné mejor con mis compañeros de facultad y mis amigos me mostraban con su afecto que estaban orgullosos de que llevara adelante esto.
Surgieron preguntas dentro de mí. Y en la búsqueda de respuestas se generó el progreso, lentamente.
Advertí que tenía muchos sentimientos guardados que fueron apareciendo de a poco, tomé conciencia de todas esas cosas importantes que antes no les había prestado atención. Había descuidado mi salud, mis relaciones, el afecto a los demás, había perdido dinero, tiempo, mi integridad, valores, viviendo mis días como el sueño de un trastornado. Nunca me había imaginado en un tratamiento de rehabilitación.
Muchas cosas que viví en estos meses fueron como experimentarlas por primera vez.
Hubo situaciones que me hicieron sentir de nuevo el rechazo y la soledad. Mirarme en ese espejo me dolió. Me sentí angustiado.
Pero a partir de este dolor surgió la esperanza.
Pude compartir cosas más personales, y con el grupo y mis sesiones de terapia individual aprendí más de mí mismo que yo solo leyendo libros y mirando películas en los últimos 15 años, o espiando la vida a través de la pantalla de un monitor.
Empecé a conocerme, a ser conciente de mis limitaciones, mi capacidad, mis puntos débiles y mis puntos fuertes.
Podía disfrutar de las cosas agradables de la vida, una conversación animada que dure horas, dormir tranquilo a la noche, los empujones y gritos en un partido de fútbol, ser honesto en mis relaciones, el perfume de la piel de una mujer mientras nos abrazamos, las carcajadas con amigos, escuchar esa canción que me hace acordar a mi infancia, el aroma de un café humeante a la mañana, y divertirme sanamente.
Y ahora podía elegir. Optar que quería para mi vida.

Un filósofo español expuso que la libertad no depende tanto en que una persona pueda hacer lo que quiera, sino en la capacidad que tiene esa persona de hacerse cargo de las consecuencias de sus decisiones.
Por eso te digo: tomá las riendas de tu vida. Sé libre. Dejá de cacarear y poné huevos.

Hoy recordé a las personas que estuvieron de paso en mi vida en el último año. Esos compañeros que llegaron al tratamiento y se fueron antes de tiempo. Me pregunté dónde estarán. Ellos tomaron sus decisiones. Se rindieron. Pensaron que ya no valía la pena.
Yo también me equivoqué. Me equivoqué cuando oculté. Me equivoqué cuando mentí, cuando me mentí. Me equivoqué cuando subestimé a otra persona. Me equivoqué al no aceptarme más. Me equivoqué al pensar que mostrarme más humano era signo de debilidad. Me equivoqué al comprar un CD de las Spice Girls en 1996.
Y tengo la leve sospecha que voy a equivocarme en el futuro. Solamente espero no volver a chocarme con las mismas piedras, pero con mis propias piedras.

A veces siento miedo. Me preocupa quedarme estancado, sentirme demasiado expuesto, no cambiar lo suficiente, a no poder tolerar las frustraciones, a volver a perderme o no estar a la altura de las situaciones que tenga que afrontar.
Pero también advierto que, después de mucho tiempo, estoy navegando en la dirección correcta.
Y espero que algunas de las estrellas que nos guían, sean las mismas.

Muchas gracias. Nos vemos del otro lado.

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miércoles, julio 01, 2009

Día D: 31 de julio

Esa fecha va a ser mi último día en el grupo.
Me pidió la psicóloga que escriba una carta de despedida para leerla en el grupo y, con sorna, pensé en escribir "Gracias por todo. Nos vemos en el otro lado".
Me dijo que me iban a surgir muchas cosas cuando empiece a escribir la dichosa carta... Pensé "Bueno, hasta que al final empezó a desvariar mi psicóloga".
Pero escribir unas pocas líneas superficiales sería un insulto para esas personas con las cuales compartimos más de un año de nuestras vidas.
Y cuando comencé a pensar qué escribiría en esa carta de despedida me surgieron muchas cosas, como me había dicho la psicóloga.
Después de varios minutos viendo parpadear el cursor en la ventana de Word sin ninguna palabra escrita, me doy cuenta que no sé como empezar, como expresar el balance de lo que fue mi año, de qué cosas me llevaron ahí, que cosas cambiaron, los sentimientos encontrados y el reconocimiento a aquellas personas que me acompañaron.
Pero lo voy a intentar y tal vez la comparta con ustedes (esos dos seguidores de mi blog).


UP-DATE: Ya estoy terminando la carta. Me está quedando muy fucking larga. Pero, igualmente, antes de fin de mes -después de leerla en el grupo- la publico en el blog. Sin censuras (¡Buena!).

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