jueves, marzo 30, 2006

En algún lugar ya son las 12 de la noche

Como todos los domingos, yo quiero hacer algo y no encuentro a nadie. Menos a esa hora. Pero igual salgo a caminar un rato.

Domingo. 22.35hs. Defensa y Humberto 1º. Plaza Dorrego.

Cuando llego a la plaza me doy cuenta que tenía la sensación de que esperaba algo, sin saber qué, pero de cualquier forma no lo encontré.

Entonces me senté al lado de unos escalones, frente a un bar que tiene una galería en el primer piso, y me decidía que hacer mientras miraba a la gente que estaba en la plaza. A la poca gente de la plaza.

Un faso me vendría bien. No fumo desde año nuevo, creo. Y si querés faso estando en San Telmo seguro que conseguís, pensé.

Me acerco a un grupo de tres chicas y un chico con aspecto de ser artistas callejeros en huelga, y les pregunto si tienen. No, me responden y se pasan la botella de Brahama. Carajo, y yo que pensé que todos los hippies andaban con plantación propia.

El flaco tenía una bandana en la cabeza, al mejor estilo Skay Beilison, lo que le daba un aspecto gracioso. No sé si sería fan de los Redondos pero sea el efecto buscado, no le salió bien.

Vuelvo a mi lugar de la Plaza Dorrego, al lado de unos escalones.

Miles de veces vine a los bares que rodean Plaza Dorrego, y los que están a cinco cuadras también, pero nunca me percaté de algo: por qué se llama “plaza” la Plaza Dorrego?.

Si bien es la segunda plaza creada en la Ciudad de Buenos Aires (la primera es Plaza de Mayo) no tiene aspecto de “plaza”. No hay pasto, no hay fuente, no hay juegos para los chicos (y para mí también, me gustan las hamacas). Apenas tres árboles.

Y uno de ellos fue plantado, junto a una placa, en el 2003 en recuerdo de una joven artesana militante que fue secuestrada en la última dictadura militar.

Con todos esos puestos, mesas y sillas mas bien parece una feria bohemia con patio de comidas al aire libre.

Bueno, supongo que no es tan mal destino para un lugar que comenzó siendo un descanso de carretas en los siglos XVII y XVIII.

Comenzó a lloviznar. Mierda. Mejor me cierro la campera.

Pasan conversando dos chicos de Guardia Urbana, haciendo caso omiso a dos pibes que están bebiendo cerveza a metros de donde estoy.

Pensé que consumir cerveza en la calle era una contravención. Claro, podés estar fumando crack cuando esperás que se ponga en verde el semáforo que en tanto no pises el cordón de la vereda, está todo bien.

Una hoja de diario Clarín llega hasta mí. En Francia los estudiantes salen a las calles a protestar en contra del proyecto de ley sobre el primer contrato de empleo (CPE). No entiendo como hay políticos, como el Primer Ministro francés nosecuanto de Villepin, que todavía creen que con la precarización laboral puede haber más empleo. Francia, un país culto, che.

Me distraigo oyendo a los dos pibes hablando de conseguir sustancias ilegales. Si van a comprar marihuana veo si me puedo prender. No. Hablan de comprar merca. Esos chicos andan en la pesada, je.

Con un encendedor abren la otra cerveza. Ahora quiero. Cerveza.

Beber cerveza en la calle es más barato que en una mesa. Pero la llovizna se convirtió en una lluvia leve y me estoy fumando el último cigarrillo. Son las 23.15hs.

Dejo mi lugar en Plaza Dorrego y veo como comienza a llenarse de gotas el lugar seco donde estaba sentado.

Camino media cuadra por Humberto 1º y encuentro que el bar “Guevara” ya abrió.

Ya encontré el plan de la noche: dos cervezas y a casa.

Bueno, al menos, en algún lugar ya son las 12 de la noche.